Ella gritó y soltó la cesta. Las manzanas rodaron hasta los pies del hombre que estaba en el piso sobre un charco de una sustancia roja, ¡Sangre! Eso es lo que era. La mujer se petrificó cuando pudo reconocer a aquel hombre muerto en medio de su sala. Con sus ojos llenos de lágrimas, caminó directo hacia el cuerpo y lo miró detalladamente. El rostro del hombre ya no reflejaba alegría y sus ojos pícaros se habían cerrado, el tono de su piel no era la misma y ella juraría que si lo tocaba se sentiría tan frío como cuando la nieve congela todo a sus alrededor. En su pecho se encontraba una daga dorada con piedras incrustadas pero eso no era lo único, sus brazos estaban llenos de cortadas profundas y el dedo meñique del brazo izquierdo no estaba. . No tenía ni la menor idea de quien pudo hacer algo tan atroz.
La mujer salió de su espasmo y con pasos decididos se dirigió a la puerta para dar aviso a la policía, sin embargo no pudo realizar lo que planeaba. Un hombre alto y fornido salió detrás de la puerta. Sabía quién era, era el hombre que la acosaba constantemente e insistía en invitarla a salir, solicitudes que ella cortésmente rechazaba. El hombre se abalanzó contra ella con un solo propósito, conseguir lo que siempre había querido. La tomó por los brazos y la tiró al piso, a un metro de distancia donde se encontraba su padre. Peleó con todas sus fuerzas, golpeó, arañó y mordió pero todo fue inútil, perdió la batalla.
Días después la hermana de fon Fusto, tía de Carina llegó de visita, tenía una sorpresa para su hermano. La sorpresa la recibió ella al encontrar dos cuerpos sin vida en la sala, su hermano y a sus sobrina, la última estaba vestida con un elegante vestido, zapatillas y lo que parecía ser una manzana en la boca.
Dio aviso a la policía pero nadie pudo encontrar al asesino, por esos años eran escasos los recursos para poder llevar bien una investigación. Nadie pudo saber por qué le sucedió eso a aquellas personas tan amables y humildes pero sí hay una cosa clara la muerte no se fio en eso.
Referencia:
Martinez, A. (2019) Suspiros dulces. México: IESAM.
Escuche un ruido y me escondí en el armario –dijo Annel de
10 años- al escuchar unos pasos en las escaleras. No era usual escuchar aquel
ruido y menos por las madrugadas, me encontraba sola en mi cuarto. Mis papás y
hermanas tienen su propio cuarto, en la planta alta. Al escuchar ese ruido a
las 3 a.m baje de la cama y me fui a esconder al armario, hasta que dejaron de
escucharse aquellos pasos… salí del armario.
Corrí hacia el cuarto de mis padres con mucho miedo, los desperté y me preguntaron, ¿Qué
pasa? A lo que yo respondí “escuche unos pasos en las escaleras”, de inmediato
se levantaron y fueron hacia las escaleras (yo detrás de ellos, temblando y con
mucho miedo) no vieron nada, tuvieron que bajar, revisaron la sala y el comer
–no vieron nada-. Al final fueron a la
cocina, ahí se encontraba mi hermana mayor comiendo cereal, si ella fue la del
ruido en las escaleras, con las luces apagadas, ocupando solamente la linterna
de su celular.
Referencia:
Toral, C. (2019) Dentro del armario. México: IESAM.
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